Gobernar es elegir
Debe quedar claro que lo que hoy ocurre no es culpa de la gente por ser irresponsable. Existe gente irresponsable, es cierto, pero generalizar es trasladar parte de nuestras propias responsabilidades a los demás.
Son estos, tiempos de acción y decisión. La realidad nos golpea y precisamos actitud y firmeza. Sobre todas las cosas, es un tiempo que exige mucho trabajo y esfuerzo. En nuestro país hay un gobierno que tiene que gobernar; y eso implica elegir. Y hay una oposición que debe hacer su aporte desde donde le toca estar. De esa dinámica política surgen escenarios, pasan cosas.
Al gobernar, al tener que elegir, se acierta y se erra. En cualquier escenario hay consecuencias. Y considero que el gobierno ha acertado a veces y también se ha equivocado. Cada acierto y cada yerro tiene sus efectos.
En épocas difíciles, el camino que en cada momento se elige tiene una relevancia excepcional. En estos tiempos de pandemia, y en el momento actual del Uruguay, estamos hablando de salud o enfermedad, de trabajadores al límite de sus fuerzas, de temores y de angustias. Se opta por caminos que, inexorablemente, contribuyen a salvar vidas o que repercuten en más contagios, con sus dramáticas derivaciones.
No es fácil la tarea. Y todos queremos que se acierte, que se elija el camino correcto. Eso es lo mejor que nos puede pasar. Cuanto mejor, mejor.
Es cierto que para tomar esas decisiones tan trascendentes se precisa temple, seguridad y coraje. Pero no es menos cierto que para reducir el margen de error hay que tener en cuenta la mayor cantidad de variables posible. Y para eso hay que estar dispuesto a escuchar, que no es simplemente oír, es tener en cuenta la opinión distinta. Dicen que fue Churchill quien planteó que se precisa coraje para levantarse y hablar pero que también es necesario el coraje para sentarse y escuchar. Y el gobierno en este momento, justo en este momento, manifiesta que no es necesario conversar y el propio presidente se pregunta para qué.
Es cierto que desde la oposición no siempre hemos dado mensajes claros para promover ese diálogo. O que nuestros planteos, en algunos casos, aparecen contaminados de señales inconvenientes. Pero la firmeza y la autoridad son atributos que brillan más cuando -por el mismísimo hecho de ser gobierno- se está un paso adelante, cuando se está por encima de la política menor. Creo que el gobierno, más allá de que está en todo su derecho, parecería estar dejando pasar una inmejorable oportunidad.
El 7 de febrero los científicos advirtieron que se tenían que tomar medidas más drásticas o el sistema de salud iba a estresarse demasiado. Hace ya un rato que dejamos de ser el ejemplo distinto en América Latina. Por el contrario, el nivel de contagios se disparó y la cantidad de muertes superó la barrera de los treinta casos diarios. Más de 1000 compatriotas perdieron la vida.
El nivel de ocupación de los CTI está casi en el límite y no se arregla sólo con poner camas. Hay que disponer del equipamiento adecuado y del personal especializado y eso no se resuelve en pocos días.
Con esta nueva realidad no es lo más prudente seguir con la vieja receta. Es buena cosa defender la libertad, que en este caso implica una buena dosis de responsabilidad. Y para mucha gente el margen de opción es limitadisimo. Quedarse en la burbuja es inmovilizarse y eso quizás sea no comer al otro día. Lo que ocurre es que, si se apela a la responsabilidad en el uso de la libertad, que es el concepto que más se ajusta al camino correcto; hay que disparar una batería de herramientas sin precedentes y que tienen que ver con apoyo concreto y contundente a los que corren riesgo de caer. Medidas estas que evidentemente no se han querido tomar.
En definitiva: la dramática y porfiada realidad nos demuestra que con la constante apelación al uso de esa “libertad” no se frenan los niveles de contagio y menos aún los casos fatales.
Debe quedar claro que lo que hoy ocurre no es culpa de la gente por ser irresponsable. Existe gente irresponsable, es cierto, pero generalizar es trasladar parte de nuestras propias responsabilidades a los demás.
Por otra parte, esa libertad responsable pierde eficacia si no se la alimenta con mensajes claros. Mensajes que fortalezcan la confianza en las instituciones, en las autoridades, en la ciencia y en los trabajadores de la salud.
Si los médicos están equivocados y la situación no es tan grave lo correcto sería transmitir serenidad. Nunca sembrar desconfianza atribuyendo maquiavélicas intenciones y menos aún pergeñar campañas. Porque hoy la salida está en las manos de esos profesionales y trabajadores de la salud. Por favor, no pongan a la sociedad en el aprieto de dudar de las cifras y de desconfiar del nivel profesional. Planteemos esto como una cuestión de mayor o menor optimismo en todo caso, pero no dinamitemos más puentes. No hay derecho.
En estos días han aparecido varios artículos en la prensa referidos a una evidente polarización política en torno a la situación complicada que vivimos. Algo de eso hay. Y un síntoma de ese fenómeno es cuando se simplifica el discurso, cuando se empobrece. Cuando en febrero sonó una alerta y se pidieron nuevas medidas con el fin de reducir la movilidad, se nos invitó a todos -y en especial al gobierno- a pensar nuevas salidas.
Pensar alternativas significa, en este caso, encontrar respuestas nuevas, apartarnos del trillo y tomar un nuevo rumbo, cambiar el libreto.
Y para eso no se puede dejar solo al gobierno pero hay que dejarse acompañar, escuchar, aceptar o descartar y decidir. Hace rato que la disyuntiva sobre si la cuarentena tiene que ser obligatoria dejó de ser la única elección para tomar. Entre esos extremos hay o debería haber una rica gama de grises, de caminos transitables que nos lleven a buen puerto.
Restringir acceso y movilidad en la frontera por ejemplo. O acotar horarios en algunas actividades, no son medidas que nos encuadren en un estado policíaco. Por ejemplo, en Europa no se puede ir de una ciudad a otra libremente. Y aquí, una ciudad como Fray Bentos, se complicó porque ingresó un ómnibus con gente infectada que concurrían a una actividad religiosa. ¿Se podría haber evitado? De haber tomado las decisiones correctas a tiempo, sí. Pero para eso hay que encontrar soluciones, que se encuentran conversando, escuchando nuevas voces y pensando. El no escucharnos nos empuja a simplificar los mensajes y no es todo blanco o negro. Así se alimenta también la polarización.
Y el solo acto de hacer una pausa para habilitar más diálogo y poder emitir un mensaje único, fruto del acuerdo, aporta y mucho en este tiempo de incertidumbre. Se trata de lograr esas necesarias señales de serenidad, de confianza, de coraje. Fundamentalmente eso: mucho coraje.
Por el bien de nuestra gente, ojalá que el gobierno sea el que tenga la razón y que el resto estemos todos equivocados. Pero no podemos dejar de decir lo que nos parece que está ocurriendo. Cada uno, desde donde nos toca estar y teniendo siempre presente que hay cosas que no sabemos. Y cuando uno no sabe escuchar a los especialistas: equivocarnos está dentro de las posibilidades. Y está claro que a nadie le gusta. Pero tener razón es consecuencia del manejo correcto de múltiples variables. Nunca fruto de la suerte. Es tiempo de elegir, no de embocar.