Escribe Esteban Valenti
Uruguay tiene su propia historia y su propia tradición que no es socialdemócrata en absoluto. Sin embargo, algunos grupos de izquierda quieren encontrar, en la bandera y el nombre de socialdemócratas, una simbología que los agrupe y los presente en sociedad
Hace muchos años que la socialdemocracia me persigue, me la han endilgado varias veces y la he rechazado. Hace algunos meses volvió al ruedo en el Uruguay incluso dentro del Frente Amplio y creo que merece una discusión política, histórica e ideológica. No puede reducirse a la comodidad de un nombre para la propaganda electoral de un sector.
Lo voy a refirmar y es posible que no le importe a mucha gente, no me preocupa, pero necesito hacerlo, no soy, no me transformé nunca, no seré socialdemócrata por fundadas razones que expondré.
La principal, porque en el Uruguay, un país que construyó por sí solo, aislado en un continente totalmente diferente y que era y es modelo de injusticia mundial y de debilidad institucional, su propio estado del bienestar a principios del siglo XX, avanzado para su época e incluso para la actualidad, tanto en el plano institucional, económico, social, estatal, educativo y cultural, en los derechos ciudadanos y cuando la socialdemocracia de la Segunda Internacional había apoyado a sus países imperialistas en la Gran Guerra, votando en muchos casos los créditos de guerra, que promovió el nacionalismo y el belicismo más reaccionario y que llegó al colmo de encabezar el gobierno de Alemania para substituir la monarquía y asesinar a Rosa Luxemburgo y a cientos de luchadores sociales de izquierda. No veo como nos va a expresar, como va a lavar su pasado. Y nunca leí o escuché una autocrítica medianamente seria y sentida, de ese pasado de la socialdemocracia.
No nos puede expresar aunque luego de la Primera Guerra Mundial con el apoyo del Plan Marshall haya construido en varios países el estado de bienestar que hay que reconocerles, pero siempre en una alianza férrea y acrítica con los Estados Unidos, incluso con sus guerras imperiales. Fue más independiente el general Charles De Gaulle que los gobiernos socialdemócratas o socialistas de Europa.
El Uruguay tiene, aún en sus particulares dimensiones nacionales y en su compleja relación con sus atormentados vecinos, su propia historia y su propia tradición que no es socialdemócrata en absoluto. Desde el batllismo, el wilsonismo, el seregnismo que con diferencias entre sí, levantaron banderas de avanzada para sus épocas e incluso para estos tiempos. El seregnismo, no es socialdemócrata, es seregnismo en lo político, en lo programático, en lo cultural y ni que hablar en lo histórico por su determinante influencia artiguista. Y el artiguismo, que fue la base de nuestro nacimiento y del seregnismo y tiene muy poco que ver con la socialdemocracia.
Ahora algunos grupos de la izquierda quieren encontrar en la bandera y el nombre de socialdemócratas una simbología que los agrupe y los presente en sociedad. Y hacia las elecciones. (una obsesión…)
Esas definiciones son para la academia, no para la política. Se trata de disputar desde el nombre “el centro” con el viejo mito de que de esa manera se ganan votos y las elecciones y se definen los programas. Y por esa razón soy todavía menos socialdemócrata.
La izquierda e incluso el centro izquierda – que también existe dentro del Frente Amplio – no ganó las elecciones porque se corrió hacia el centro, ni porque nadie se definió como socialdemócrata, no fue por topografía electoral, sino por acumular fuerzas, creando un amplio espectro de fuerzas políticas y sociales, que mantuvo con variantes durante 50 años y que dilapidó en los últimos años de gobierno, por errores, por falta de hacer política, por gobernar flotando, por mentirle a la gente, acomodar a diestra y siniestra y por actos de corrupción no condenados como correspondía. Por atentar de manera flagrante contra elementos básicos de una fuerza de izquierda, como el manejo con visión estratégica, capaz, eficiente y honesta de las empresas del estado y por aferrarse con uñas y dientes a los sillones, por apoyar gobiernos antidemocráticos y corruptos como Venezuela. Y en muchos gobiernos de Europa, eso fue lo que hicieron precisamente los socialdemócratas. Menos apoyar a Maduro.
Socialdemócrata es un nombre demasiado contradictorio, con partidos que sin duda jugaron un importante papel en el desarrollo de sus naciones, en conquistar derechos sociales, en la solidaridad internacional y otros que fueron parte de la decadencia de la izquierda a nivel mundial y en particular en Europa. E incluso partidos que dentro de sí mismos convivieron tendencias contradictorias y aspectos negativos, como la corrupción. Italia, Grecia y España son ejemplos muy claros.
Por más que hoy se hiciera una imposible autocrítica colectiva a fondo, no me sentiría comunista, también por razones muy fundadas que he analizado, expuesto y polemizado reiteradamente. Poco esto último, porque si algo perdió el comunismo actual es su capacidad de discutir. Simplemente se repliega en lo emocional y en dejar pasar el tiempo a ver qué pasa.
Pero con el mismo sentido crítico y asumiendo que existen varias izquierdas, incluso en el Uruguay, o en particular en el Uruguay con la existencia del Frente Amplio, que hay varios izquierdistas que nos situamos afuera y que hay una fiebre de proliferación de grupos dentro del propio FA, es que quiero reafirmar mi profundo convencimiento de que la socialdemocracia no expresa las tradiciones ni la historia de la izquierda uruguaya.
Comenzando por reconocer por milésima vez, lo que algunos quieren borrar: la existencia de la izquierda, el centro y la derecha en todas sus variantes. ¿La prueba? En cualquier encuesta de opinión pública que se le pregunta a los uruguayos si pertenecen a alguna de esas corrientes, la inmensa mayoría, más del 90%, se define claramente por alguna de esas variantes, incluso con matices. Eso es cultura política.
Esta es una constante que no impide, al contrario, refuerza la necesidad de encarar grandes y estratégicos proyectos para el país, con políticas nacionales, apoyadas por el más amplio espectro político y social y tomar muy en cuenta las experiencias y las elaboraciones internacionales.
Cuando formamos la experiencia fallida de “La Alternativa” varios quisieron rotularla como socialdemócrata y nosotros nos opusimos. Y lo hicimos con razones y no con emociones y, cuando algunos reducen la fractura de ese agrupamiento solo a razones de cargos o de posibles votaciones en el balotaje, desconocen que esa fue solo una consecuencia. Nosotros fuimos fieles a nuestras definiciones originales Y LO DEMOSTRAMOS Y LO PAGAMOS Y NOS SENTIMOS ORGULLOSOS DE NUESTRA COHERENCIA, aunque algunas focas no lo puedan entender. Teníamos profundas y fundadas razones ideológicas y políticas. Y pagamos el precio que había que pagar, porque era más importante nuestra identidad, nuestra coherencia, que cualquier cargo. Es obvio que eso es incomprensible para muchos de los dos lados de la línea divisoria, gobierno y oposición.
Y seguimos opinando porque no nos sepultamos detrás de una identidad cómoda y falsa. Todos tienen derecho a denominarse como les parece, y nadie tiene derecho a impedirlo, pero si podemos argumentar, opinar y optar.
En primera persona, yo voy a optar una vez más en estos años: soy de izquierda, cada día más convencido que el mundo donde todo lo maneja el mercado, sus fuerzas más ciegas y más angurrientas no debería ser el destino permanente y último de la humanidad, pero que un cambio hacia un mundo más justo, más libre, libre incluso de la necesidad, el hambre, la injusticia, un mundo más democrático y de derechos y oportunidades iguales para mujeres y hombres, sin que las guerras sean una constante de ferocidad entre los pueblos, sin el peligro de una guerra final y termonuclear, con un nuevo humanismo y con el soporte cultural para promoverlo, donde los uruguayos podemos aportar nuestra voz y nuestra obra.
Por eso si tuviera que elegir y asumiendo su complejidad diría que me siento artiguista y seregnista.